Digamos que el hombre, trataba de desayunar en la colina cuando vio algo
extraordinario que lo llevo a un punto de no retorno en cuanto a
desayunos agradables y demás cuestiones vitales para solazar el aura . Vio claramente el
sol gastarse y morir, su núcleo dorado endurecerse hasta el oscuro
diamantino, sus cabellos lentamente flojear de sus espirales rojas hasta
encanecer en estelas de ceniza soldada al planeta, que comenzó a caer
de inmediato como el ojo golpeado de un horror nacido en las cuencas del
mas intenso frío que pueda hallarse en la galaxia.
El hombre se
descalzó, dejo crecer sus barbas ,dibujó un cartel con un circulo negro y
se pintaba otro en la frente cada día al amanecer cada vez mas
grisáceo. De modo que una vez equipado con los pertrechos apropiados
para un sabio loco, comenzó a predicar acerca del negro corazón del sol
caído, de como terminaría cayendo sobre nosotros, deslizándose en largos
ofidios oscuros que abrazarían los verdes prados y las mansas casas de
madera, cubriendo cual esputo demoniaco todo lo que de bello y sereno
pudiera albergar el mundo, sumiendonos en la noche sin alba,
convirtiéndonos en criaturas marinas que nadan por la sangre inmortal y
espesa de un dios demente.
Pasó largos años estudiando con ingenios
telescopicos la anatomía del sol muerto, sus capas y aristas,
describiendo en gruesos tomos la constitución exacta de la muerte
venidera, recopilando la saga "El ojo sin lágrima nos aplastara" .
Tomado por los sabios cuerdos como texto apócrifo producto de la ingesta
de raíces demasiado torcidas y setas demasiado ligeras.
A la vista
de los escasos intentos académicos por rescatar a la humanidad del
derrame solar, el sabio loco comenzó a gritar por las calles, un poco
mas alto cada día hasta desestructurar su garganta en fragmentos
sangrantes congelados como alaridos en una cámara anecoica. La gente, a
pesar de todo no se inmutaba y lo veían como una molestia necesaria para
cumplimentar el cupo de locos que cualquier ciudad respetable ha de
tener pululando por sus calles para regarlas de colores desesperados y
olores intensos.
Entonces agarro la rama mas convincente del
árbol mas mágico y la tallo como un tremendo lápiz con el que dibujar
las peculiares elipses solares y las singulares destrezas que había
visto en los confines del astro sin flama. Mas solo los niños y algún
turista se acuclillaban a su lado a observar los cúmulos matemáticos
descritos en el barro con absoluta precisión, el sutil telar de lineas y
figuras que cantaban el ultimo girar de los días. El sabio, sin darse
apenas cuenta había desistido de ser comprendido y apenas recordaba el
por que de su rutina giroscópica donde el imperativo era mantener un
movimiento continuo, y se alegraba de al menos tener compañía de los
muchachos que exaltados observaban laberintos para ellos incomprensibles
pero bellos como son los misterios, bellos como las personas cuando
duermen.
Aunque no recordara del todo, su sueño se plagaba de esferas
cadavéricas lloviendo con furia, partiendo las nubes en vapor, lanzadas
como piedras divinas que ciegas solo respondían a la inercia de un
rostro tuerto mas allá de consideraciones mundanas y explicaciones
místicas, semillas de la muerte que sembrarían el mundo de pálidos
rostros agonizando y océanos de noche conquistadora. Y así se levantaba
renovado, espoleado por las visiones de lo que una vez supo.
Cuando
el sol cubrió los cielos, el estaba a unas millas del sueño
interminable a causa de vejez y pobreza, mientras todos corrían, con la
desesperacion cobarde de los vivos por aferrase a su estúpido rostro
inane, el sonrió, en pleno deja vu de tantas recreaciones que había
soñado de ese momento, se acerco andando hacia el lugar mas próximo al
sol, esperando que su nariz tocara el velo de los dioses. Mientras se
acercaba pensó. -No he sido humano mientras era la verdad, no he sido
joven mientras era la salvación, cada minuto robado por el sol negro
debería haber estado hurgando en las entrañas de la ultima era de los
hombres o escarbando en el corazón de mis sentidos anquilosados por
trabajos mas altos que las aves. Mientras el sol tocaba la punta de su
henchida nariz y la tormenta de estrellas muertas desgarraba los pastos.
Por un segundo comulgó con el ser solar, y en su omnisciencia observo y
admiró todas las cosas que serán negadas siempre a los hombres en su
mortalidad.
En la plenitud de su vision divina comentó. -Se es hombre
todo el tiempo para ser Dios unos instantes, el estomago debí guardar
para las agitaciones infinitas del trino terrestre y los sueños, solo
para viajar a donde yo pude ser.
No sabemos como acabo el asunto porque
acto seguido, la potencialidad de la inmensidad le reventó en mil
pedazos mientras la tinta de luces extintas devoraba el rostro de los
campos que sin duda, nunca volverían a ser vistos de nuevo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario